miércoles, 23 de febrero de 2011

“El diablo se metió en mi casa”



Victoria aún estaba somnolienta. Había escuchado horas atrás los despertadores de Andrea y Alejandro, pero a ella alguien siempre la iba a despertar. Vio que ya eran cerca de las 7 am, se había quedado dormida, así que se apresuró a ponerse en camino para otro día de colegio. Ya tenía el uniforme cuando salió de la habitación, y apenas unos pasos más allá en el pasillo había sangre. No lo sabía entonces, pero la mañana de ese 15 de febrero, y con sus 15 años, ella era la única sobreviviente, ilesa, de una noche de sangre que recorrió las principales habitaciones de la casa.

La primera en morir fue Andrea, de 14 años. Esa noche ella vio que su papá, Luis Alberto Morales, se sentía mal y se fue a dormir con él. Luego fallecieron los padres de Luis, Luis Morales, de 79 años, quien dormía solo; siguió Virgilia Morales, de 73, y por último Alejandro, de 16 años, el hijo mayor de Luis Alberto.

Ni un ruido. Para los vecinos de Macaracuay permanecer tras la garita, instalada al principio de la calle Manaure, es una garantía de seguridad. Aquella noche no notaron nada diferente; Victoria tampoco. Quizás algunos perros ladraron más de la cuenta percibiendo quién sabe qué cosas, pero nada más. En aquel silencio Virgilia y Luis, al igual que sus nietos Alejandro y Andrea, fueron degollados en sus camas en alguna hora incierta de la madrugada.

Esa mañana, sin entender qué pasaba, Victoria recurrió a la primera puerta que pudo, y vio muerta a Andrea. Bajo las sábanas de su cuarto Alejandro tenía el cuello abierto de lado a lado y tenía heridas en brazos y espalda. Victoria corrió a esconderse en el baño de su cuarto, y en el camino tomó un celular para pedir auxilio. Apenas trató de usar el aparato cuando se dio cuenta de que no tenía batería. Trató de conectarse a Internet con la computadora, pero le temblaban las manos y no pudo. El cuarto donde dormía da a la calle y fue entonces cuando le hizo señas a un vecino para que la socorriera. No se atrevía a salir, tiró las llaves por la ventana y el vecino entró. Cada puerta estaba cerrada con todos sus seguros. El vecino la llevó hasta su residencia y volvió a la quinta. Al recorrer la casa, descubrió la magnitud de lo ocurrido.

Cada uno murió en su cama. Los abuelos y Andrea estaban tal como se fueron a dormir, pero Alejandro puso resistencia…

Luis Alberto, hijo de unos y padre de los niños, estaba en el cuarto de servicio, esa puerta era la única cerrada por dentro en toda la casa. Cuando la policía de Sucre logró abrir esa habitación, encontraron a Luis desangrándose y acurrucado en la cama: tenía heridas en las manos, una en el cuello, en el pecho, y un corte limpio hecho de izquierda a derecha en su vientre. Sus heridas eran quizás de una hora atrás. En el baño estaban cuatro cuchillos llenos de sangre, junto a ellos había un solvente, pero los análisis posteriores demostraron que no se lo tomó.

Luis aún estaba vivo. La policía de Sucre lo arrastró hasta la puerta y lo llevó al hospital de El Llanito, y sobrevivió…

***
Una lámpara de cristal cuelga en la pequeña estancia que sirve de antesala a la quinta Stella. La bienvenida es un jardín con una grama cortada perfecta, un inmenso papiro se eleva en el muro de lado izquierdo, a sus pies hay rosales y un pequeño jarrón está reclinado al pie de una planta de jardín, cuyas hojas lucen verdes y cuidadas. Es una de las muchas quintas de la zona, pero desde la puerta la casa se percibía habitada y feliz.

La mañana de ese martes la policía, y más tarde la prensa, fueron llenando la calle y en voz baja se contaban los detalles del hecho.

Acostumbrados a su espacio, los vecinos miraban con desconfianza y miedo. Desde las ventanas de cada casa cercana a la quinta se veían caras asomadas, pero nadie hablaba, ni aún aquellos que admitieron tener 43 años en la zona. La quinta de enfrente a la de la masacre se convirtió en el centro de operaciones. Su dueño, un chileno amigo de la familia, recorría la zona pidiendo respeto a un tiempo, silencio al otro y siempre exigiendo que no se revelaran los detalles de lo ocurrido. En su casa estaba Victoria, mientras Gloria, su mamá, y actual compañera de Luis, aún no llegaba de Margarita donde estaba por trabajo.

Varios familiares fueron llegando y un par de mujeres gritaban agitándose:

-¡Luis no, no puede ser, esto no puede ser!

Fue una de las amigas de Gloria, la actual compañera de Luis, la que se atrevió a decirle lo que había ocurrido, mientras ella corría al aeropuerto para volver.

Dos años llevaba Gloria con Luis viviendo en la quinta Stella, se unieron sin casarse y se llevaron a Victoria a la casa. Las amigas de Gloria le solían decir la suerte que tenía de haberlo encontrado.

Se conocieron porque ella es homeópata y Luis, aunque psicólogo, es distribuidor de los productos naturistas en Venezuela. Cuentan que a los 52 años siempre vivió holgado de dinero: mantenía la casa de sus padres, a sus hijos, y le pasaba a su ex esposa una mensualidad importante.

Pero los tiempos dejaron de ser buenos. Hacía cuatro años había entrado en una crisis económica, al tiempo que se divorcio de la madre de sus hijos. Ahora estaba en bancarrota, ya había vendido todo lo que pudo. Apenas unos días atrás un amigo le dijo que debía vender la casa y mudarse a algo más pequeño. Se veía deprimido y había perdido peso.

***
Habría que ver cada miembro de la desgracia. La hermana de Luis estaba en Houston ¿cómo la llamarían para decirle lo ocurrido? que sus papás fueron asesinados junto a sus sobrinos, que su hermano estaba herido, y el colofón: Todo señala que fue él. Gloria volvería para atender a su hija y hacer frente al compañero herido, ese mismo que dejó que su hija se levantara como la única sobreviviente de una masacre, ¿Cuánta terapia se requeriría para dejar pasar aquel episodio? La madre de los niños… Tres mujeres a las que, de una u otra manera les quitaron todo.

Dos señores mayores suplicaron prudencia a la policía a la hora de sacar los cuerpos. No era un lugar con gente acostumbrada a la muerte, así que atendieron el llamado. Escoltadas, tapadas, y con un cerco de allegados y policías, cada una de las cuatro víctimas fue subida a la furgoneta de la morgue sin que la prensa o la televisión pudieran registrarlo.

Frente a la casa una amiga del cuñado de Luis sentenciaba:

-Yo siento que esto fue una venganza.

No explicó por qué. Un minuto después le contaba por teléfono, con tono de chisme, a alguien del otro lado de la línea.

-No me vas a creer lo que pasó…

Tras un breve resumen explicaba.

-Es un padre perfecto, un hijo perfecto, y esposo perfecto. Hace una semana su mamá estuvo en la oficina y habló de lo bueno que era su hijo, y de la fortuna de tenerlo viviendo en su casa.

El asombro se iba extendiendo a todos los afectados. Un amigo de la niña fallecida escribía en un foro digital:

-Nunca imaginé que el padre haría eso, ¡nunca tuvo ese aspecto de malo o de malas intenciones! Andre te quiero y te extraño! Descansa en paz. ¡Sabes que te amamos todos los del cole!

***
En uno de los cuartos de la casa la policía encontró una caja de Zolpidem, un hipnótico indicado para el insomnio. Luis, que siempre manejó medicamentos, se los habría dado a tomar para que durmieran profundo.

La conmoción de las muertes se apoderó de todos, pero Luis no era un hombre que asesinó para dañar, en su mente perturbada creía que estaba salvando a su familia de sufrir su suicidio, y aún más, de quedar a la deriva pues él era el sustento de la familia.

El exdirector de la Sociedad de Psiquiatría de Venezuela, Robert Lespinasse, explica que si se entra en la mente de un depresivo se llega a entender su carga. Para ellos todo es negro, y lo que ocurre es su culpa o responsabilidad. Son las personas que más sufren, viven un dolor profundo.

Que Luis fuera un excelente hijo y un padre responsable, aclara, según Lespinasse, por qué decidió llevárselos con él: quería evitar que sintieran su pérdida y vivieran privaciones. El uso de la droga para dormirlos muestra que no quería que sufrieran, y quizás, salvo Alejandro que puso resistencia y peleo, los demás ni se enteraron de lo ocurrido. Victoria tenía su propia familia, y su mamá velaría por ella, así quedó excluida de aquel plan delirante.

En medio de una depresión psicótica no había más salida que la muerte, así lo habría visto Luis. Tras ello, a sus sobrevivientes, una familia rota por la tragedia, no les queda más que la negación. Pero paso a paso las evidencias no dejan camino a dudas.

La planificación incluso, dice Lespinasse, puede mostrar rasgos de una persona muy ordenada, compulsiva. No hubo ruidos, todo debía ocurrir en la más absoluta paz, sin alterar a los vecinos. Ni siquiera al herirse hubo escándalo, ni un grito.

Algunos familiares han relatado que esa semana a los niños les correspondía estar con su mamá, y él pidió quedarse con ellos. Además, cuentan que ese lunes fue al cementerio y compró dos fosas: le dijo a sus hijos que eran para los abuelos…

En apenas cuatro días la policía recopiló y analizó cada detalle de aquella escena.
Según la investigación criminal es normal herirse cuando se mata a cuchillo, y las gotas de sangre que emanaban de las heridas de las manos de Luis mostraban el recorrido de cuarto a cuarto, muerte a muerte. Pero no iba a la carrera, creen incluso que pudo haber media hora entre cada asesinato. Luego, lentamente, bajó a encerrarse en el cuarto de servicio. Todo indica que se atacó a sí mismo cerca de la hora en que llegaron a rescatarlo.

Y seguían las evidencias. En cada cuarto había marcas ensangrentadas de las sandalias con las que encontraron a Luis.

Dos días después de lo ocurrido Luis recuperó la conciencia y salió de terapia intensiva.

No estaba listo para que lo dieran de alta, pero un tribunal lo privó de libertad y saldría del hospital directo a la cárcel de La Planta.

A veces preguntaba por alguno de sus padres, o por sus hijos. Dijo no saber lo que pasó, y al tribunal le aseguró:

-Yo estoy loco.

Pero en una ocasión comentó:

-El diablo se metió a mi casa.

***
Tras lo ocurrido un sentimiento de extrañeza se apoderó de todos los cercanos a la tragedia. Se preguntaban qué habría pasado por la mente de Luis en aquellas horas; ¿podría haber decidido acabar con todos sus afectos?

Algo era seguro: aquellas muertes no eran la violencia diaria, la inseguridad de salir a la calle a sabiendas que, solo usar el celular, podría acarrear desde un arrebatón a una bala. No, era otra. Luis acabó con sus manos con lo más sagrado: sus hijos, que solo tenían un año de diferencia, y sus padres ya ancianos. El 15 de febrero dejó viva a la hija de su esposa, de 15 años. No pudo terminar la labor: se quedó allí a medio morir, quizás para que vuelva la lucidez y se de cuenta de lo que hizo…

*Foto: Fernando Sánchez/El Universal

lunes, 3 de enero de 2011

En Piso Cien La Ley son “Los descuartizadores”


Junto al terraplén del sector Los Pinos, que “los Descuartizadores” han usado durante años como cementerio personal para enterrar a sus víctimas, una niña que vive en la zona responde en voz baja, y viendo hacia el piso.

– Esto de noche es tranquilo.

A su lado otro niño, de no más de 10 años, la mira con desdén; tiene ganas de dar un asomo de la verdad.

– ¿Tranquilo? Esto de noche es horrible….

En la zona conocida como Piso Cien, pues por encima de ella sólo hay cielo, la banda ha cortado con una sierra al menos a ocho personas. Allí, en Los Pinos, en todo El Nazareno, en Casalta III, todas zonas de Catia, es miedo lo que queda. Han sido años de ver pasar en las noches a los integrantes del grupo con bolsas en las cuales van los trozos de sus víctimas. En todo este tiempo no ha habido policía, ni autoridad que sobrepase el “orden” que “Mixdel” y “Yorman” han impuesto.

Desde la parte más alta de Los Pinos un funcionario de Policaracas mira a lo lejos su comando.

– Desde aquí nos veían cada vez que nosotros salíamos para acá y, muy tranquilos, se iban a esconder; claro, cuando llegábamos ya no había nada.

Veinte días pasó un grupo de policías tocando puertas, sobre todo en las noches: buscaban un dato para dar con los sujetos que, como todos sabían, mataron el 10 de noviembre de 2010, al oficial de Policaracas, y escolta del diputado Freddy Bernal, Jean Carlos Becerra, de 26 años. Pero nadie hablaba.

– Cuando nosotros nos vamos los que se comen las verdes son ellos – comenta el policía.

De noche los funcionarios subían en grupo y armados, aún así, las lucecitas de las casas de la zona resultaban intimidantes, apenas una ventana que se abría y alguien se asomaba a husmear. Allí todos los ruidos pueden ser un peligro. Pero los niños, indiferentes, juegan en las puertas de las casas y son testigos de todo.

Una de las vecinas advierte que no va a hablar, pero explica.

–Mañana llegan ellos y yo tengo una hija. Nos hacen salir a mi esposo y a mí de la casa y se quedan con ella… Cuando están satisfechos salen y nos dejan entrar, pero antes me dicen: mañana vengo al mediodía, tenme la sopa de pollo; y se la tengo que tener.

Está claro que más vale quedarse callado.

El devenir de la banda

Los vecinos de El Nazareno vieron crecer a la mayoría de los 10 asesinos que hoy integran la banda. Cuentan que poco a poco fueron alcanzando el poder de acción que hoy tienen.

Tres de cuatro hermanos son parte de la organización. El cuarto también lo era, pero murió en un enfrentamiento en 2006. Ellos son Neptalí Mixdel Rojas Chirinos, de 20 años, “Mixdel”, Yorman Gabriel de 23 “el Yorman”, y Edwin Jackson. Edwin es uno de los dos detenidos, y quien, según la policía científica, junto a Víctor Alfonso Moro, de 18 años, le señaló a la policía donde estaba el cuerpo del oficial de Policaracas.

El papá de los hermanos, Neptalí Rojas, llegó de uno de los pueblos de la sierra de Coro a hacer su vida en el barrio, y allí tuvo seis hijos.

Mixdel lideraba la banda desde que era un adolescente, hasta que hace dos años sufrió un accidente de moto y quedó con una lesión en una pierna, desde entonces se mudó a Dos Lagunas en Cartanal, en Miranda, controlando al grupo desde allí.

Pero “Yorman” fue asumiendo el mando, todos en el barrio dicen que es el más peligroso. Fue él quien le compró la moto al funcionario de Policaracas en octubre. Según la versión policial Yorman le pagó la mitad de la moto al efectivo pero, a pesar de las insistencias del funcionario, no le daba lo demás. El policía optó por devolverle el dinero y pedirle la moto de vuelta, cosa que “Yorman” asumió de mala gana.

El 10 de noviembre llamó al policía, que estaba en casa de su novia en el barrio, y le dijo que ya tenía el negocio listo, osea tenía el dinero. Fue una excusa. Cuentan en la zona que cuando estuvieron con él, le advirtieron al dueño de un negocio de la zona:

– Apaga la luz que aquí va a haber un muerto.

Lo acribillaron y lo subieron a Piso Cien para cortarlo en partes. Su familia vio lo que quedó de él en la morgue.

–Lo dejaron como un rompecabezas – Comentó su prima.

En tres bolsas metieron las partes del cuerpo, dos más tenían sus pertenencias.

Según los vecinos Edwin es quien se encarga del tráfico de drogas y, de hecho tiene registros policiales por ese delito. Aseguran los que le conocen que es de los menos violentos.

Ender era otro de los hermanos que integraban el grupo. Murió en un enfrentamiento con la Policía de Miranda el 1 de de enero de 2007. Esa noche asesinó a un efectivo de Polimiranda y a su hermano, minutos antes del año nuevo.

Además, tienen dos hermanas: Neraida y Milagros, de esta última dicen en el barrio que es “la Mente” detrás de los ejecutores. Cuentan que ella tiene una relación con un sujeto conocido como “el Edwar”, quien era parte del grupo y participó con ellos en varias muertes. Pero hubo diferencias y se mudó al interior. En una ocasión, él, por órdenes de su compañera, asesinó a una joven con la que ésta tuvo una discusión.

No tienen miramientos. Una de las historias que repiten los vecinos es que “Yorman” en una ocasión le disparó a una chica en una pierna solo porque no quiso bailar con él. En 2006, mataron a una tía, Roraima Alicia Rojas Tovar, de 54 años, porque ella le hablaba a la gente de los que ellos estaban haciendo. Entraron a su casa y la acribillaron. La familia nunca los denunció por miedo.

Aseguran que “Yorman” ha matado solo porque consideró que lo miraron mal.
Todos saben en el barrio que “Víctor” y “el Ube” eran los responsables de descuartizar a las víctimas, a pesar de que Víctor tiene apenas 18 años.

Otra de las muertes que ejecutaron fue la de un joven de 15 años, apodado “El Pollito”, y la compañera de este, a quien conocían como “La Caliche”. Los detenidos han contado que a “El Pollito” lo lanzaron desde Piso Cien pero cayó en una terraza y decidieron enterrar la bolsa con las partes de su cuerpo.

Se creía que a él y su pareja pertenecían las 14 piezas óseas recuperadas por el Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas y el Grupo de Respuesta Inmediata Silenciosa (Gris) de la Policía de Caracas, en el sector donde también localizaron, la madrugada del miércoles 24 de noviembre, los restos del Policaracas. Pero los análisis demostraron que los huesos hallados son de animales, así que el chico y su novia aún están enterrados en alguna parte de Piso Cien.

Hace unos meses un familiar de “El Pollito” tuvo una discusión con un joven del barrio y este, por toda respuesta le dijo:

–Tú como que quieres que te entierren en Piso Cien con “El Pollito”.

Referirse al asunto ya no sólo era cosa natural, sino además casi un chiste.

A principios de diciembre efectivos de la subdelegación Oeste del Cicpc y del Gris de Policaracas apresaron a Deibis José Ávila Rojas, de 27 años, “Pastor”, otro de los miembros del grupo delictivo, al que detuvieron con una Glock 17. “Pastor” estaba a unos 50 metros del cementerio de la banda.

Relatan que a varias de las víctimas las han hecho cavar su propia tumba.

La organización ha ido desde jugar con la cabeza de una de sus víctimas en 2009 y grabar un video para subirlo a Internet; pasando por disparar contra cualquiera que consideraran un enemigo, hasta violar a las hijas de los residentes de la zona y someter a toda una comunidad por seis años. Esa es su historia.

Para muchos, lo que se ha vivido en el barrio El Nazareno solo se contempla en las guerras civiles de África, no en lo más alto de un cerro caraqueño. Pero ese es el día a día de los niños que crecen en la zona, donde no llega el agua, y la ley tampoco. Ellos juegan sobre el lugar que la banda destinó como cementerio. Conocen bien a los homicidas a los que, quizás, muchas veces saludaban cuando los veían pasar con sus bolsas negras.


*Foto: Fernando Sánchez/El Universal

domingo, 11 de julio de 2010

Fantasmas de impunidad


Sus rostros pasan frente a mí. Los veo vivos, tal como sus familias me los han mostrado en las fotos de tiempos felices, donde la muerte no era ni tan siquiera una posibilidad.

Pero luego veo sus muertes, sus cuerpos estropeados y dañados por balas, por fuego, marchitos… Muchos de esos despojos los contemplé con mis ojos, preguntándome que cadena de eventos desafortunados los llevó allí. Qué vidas se quedaron atrás luego de ese horror.

Ese devenir de muerte lo he contemplado a diario, pero lo que queda en el periódico es apenas un fragmento de lo ocurrido y de lo que vino después. ¿Quién se ha preguntado qué pasó con aquel perrito que era la mascota de “Alambrito”, uno de los cuatro indigentes asesinados debajo del Puente Junín, el 26 de diciembre de 2006? Él fue el único testigo de las cuatro muertes. Más aún, el homicida, vecino de aquella zona, quedó libre, según sus propias palabras, porque le pagó al juez, y seguía viviendo allí, junto a la madre de “Alambrito” ¿Continuará allí como si nada hubiera pasado?

En diciembre del año siguiente una pareja de ancianos fue asesinada dentro de su apartamento en Colinas de Los Caobos. Doña Carmen dejó pasar a unos sujetos que iban a pintar el apartamento. Llena de confianza, creyó en los hombres que se ofrecieron a hacer el trabajo… El resultado: Ella y su esposo, que además padecía una discapacidad, fueron apuñalados. Los asesinos usaron un cuchillo de la propia casa para atacarlos. Eran apenas dos sujetos de la calle que, sin importar que la pareja yacía muerta en la sala, se dedicaron a la ratería.

Se llevaron lo poco de valor que pudieron encontrar en aquella residencia envejecida como sus dueños. También arrasaron con los restos de licor que había en las botellas a medio consumir.

Cuando paso junto a las residencias La Colina, una rabia acumulada se me sube a la cabeza: las cámaras de las casas vecinas captaron sus rostros y la policía tenía los videos. Nunca los capturaron. Uno de los hijos de la pareja se hizo cargo del kiosco que tenía doña Carmen. La vida siguió su curso.

Las historias siguen pasando como una película. El 12 de julio de 2008 Roxana Vargas, de 19 años, se separó de un amigo en Plaza Venezuela diciendo que iba de regreso a su casa, pero se fue a donde su psiquiatra, Edmundo Chirinos… Dos días después la encontraron muerta en una zona boscosa de Parque Caiza. La chica murió de un golpe en la cabeza.

Cuando Chirinos se entregó pensó que su edad y su prestigio garantizarían que no estaría ni un día detenido. Su captura duró una noche. Sentado al borde de una de las sillas verdes de la división contra homicidios de la policía científica, el psiquiatra estaba tranquilo. En el interrogatorio parecía ser él quien lo conducía. Se sentía seguro.

- Yo soy amigo del presidente Chávez, nada me va a pasar.

El cuerpo de Roxana fue exhumado. La defensa del psiquiatra presionó a la Fiscalía aludiendo fallas en la investigación. En el cementerio General del Sur, cerca de la tumba de Guzmán Blanco, la cabeza de la chica fue separada de su cuerpo para hacerle análisis… Chirinos tiene retención domiciliaria, mientras, se alarga su juicio.

A los sumo, dos de cada diez personas que viven una tragedia en Venezuela conocerán la justicia. A otros los veré regresar a buscar en la morgue otra víctima cercana, a veces van a reconocer al homicida, que cayó ante una bala enemiga. Entonces algunos celebran porque la justicia divina les respondió las “plegarias”.

Para la policía la mejor solución es la selección natural.

- Que se maten entre ellos.

En esa filosofía quedan en medio los que caerán en el fuego cruzado.

Vidas que he visto a través de la ventana que sus muertes han abierto. Para quienes leen las historias es un asomo a la desgracia ajena, un mordisco para luego volver a la propia vida, a las injusticias cotidianas, en las que uno se arrellana como si de un sofá se tratara, pensando, ingenuamente, que lo peor le toca a otros. El discurso común entre los familiares en la morgue de Bello Monte es ya casi un cliché.

- Yo no espero justicia porque no va a haber.

Y no hay.

domingo, 4 de julio de 2010

Solo las balas de FAL suben a los cerros



El morado era el color predominante para los niños y jóvenes que asistían a aquella suerte de feria, que el domingo 27 de junio se instaló en la funeraria La Fe de Catia. Yolimar era una de las que vestía una camiseta morada. Su rostro, de ojos rasgados y labios gruesos, se veía, no sólo lánguido entre la multitud, sino que sus facciones se repetían en la que descansaba en el fondo del féretro.

Una vecina acariciaba el vidrio del ataúd como si se tratara de los cabellos de Daniela Patricia, la hermanita de Yolimar, que, con apenas 12 años, cayó ante una bala de la Guardia Nacional.

Entre la multitud del barrio La Silsa que se reunía en la funeraria algunos comentaban:

- Dios lo quiso así.

A pesar de que todos temen y de lo que dicen, pocos se sienten realmente conformes con lo ocurrido...

El morado quizás fuera una casualidad entre el guardarropa de los vecinos de La Silsa, pero que todos vistieran ese color parecía más bien un código, porque a quien despidieron era apenas una niña.

Aquella ocasión que sirvió para reunir al barrio, comenzó a las ocho de la noche del viernes 25 de julio, cuando Daniela Patricia, Yolimar, y tres amiguitas más, esperaba en el sector La Pantalla a que estuvieran listos los pepitos que habían encargado un poco más abajo.

En el pasillo serpenteante, que está sobre el muro de contención al que llaman La Pantalla, las cinco niñas se apretujaban en tres escalones junto a una baranda. Unos metros más abajo está la calle, desde la cual el pasillo se ve con toda claridad.

Estaban solas, en eso insiste Yolimar. Aunque desde donde se encontraban era imposible ver el pequeño callejón donde había un grupo de jóvenes reunido.

Quienes vieron llegar a los cuatro efectivos, desde el sector de La Moran, dicen que iban más bien asustados. El jefe de la comisión se detuvo, cerca de La Pantalla, frente a la bodega de Don Ernesto. Dos más estaban al pie del muro de contención, y un tercero a unos metros de ellos.

Desde el callejón, los jóvenes dispararon seis veces hacia donde estaba la comisión. El guardia rezagado se lanzó al suelo, quizás los que estaban más adelante lo creyeron herido, pero sólo se había resguardado allí, encogido, protegiéndose, disparando como podía. Lo que siguió fue una lluvia de más de 50 tiros de FAL que los efectivos hicieron hacia el pasillo en lo alto del muro.

Las chicas comenzaron a correr en medio de las balas y los guardias seguían disparando hacia donde ellas estaban. El barrio se paralizó: los jeepseros abandonaron sus carros, y el suelo de La Silsa quedó cubierto de personas que se cuidaban de los disparos. Entendían que de una bala de FAL nadie se salva.

Yolimar iba a toda prisa. A sus espaldas escuchó que Daniela Patricia gritaba.

- ¡Me dieron!

Su hermana le gritó que no jugara con eso. Pero, al volver la vista en un recodo, no la vio. Volvió sobre sus pasos. Estaba junto a a un pequeño matorral que hay en el camino. Sangraba.

-No me dejes morir.

Yolimar gritaba pidiendo auxilio y los tiros seguían rebotando en la pantalla.

Alterado, el bodeguero le reclamó al jefe de la comisión que dejaran de disparar, parecía haber alguien herido.

El guardia hizo señas a los suyos que seguían disparando, como si de una barricada se tratara, aunque hace buen tiempo los tiros eran solo suyos. Alzó la voz por encima de las balas y, cuando tuvo la atención de sus subordinados, volvió con las señas para que se replegaran.

Alguien en la calle confirmó que había una niña herida.

Algunos dicen que los guardias palidecieron. Comenzaron a recoger las conchas de sus propios fusiles, y uno reclamó.

- ¡Pero bueno, qué hace una menor a esta hora en la calle!

Cuentan en el barrio que los guardias volvieron la madrugada siguiente y recogieron más de su evidencia. Una de las viviendas muestra las marcas de los balazos de FAL, y algún vecino recolectó 13 conchas más. Dicen incluso que los guardias fueron de civiles y “visitaron” a los residentes de las casas en lo alto de La Pantalla.

10 días después de la muerte de Daniela Patricia, no hay sorpresa. Los cuatro guardias, plenamente reconocidos, fueron llevados con cortesía a la policía científica para hacerles análisis a ellos y a sus armas. Los FAL fueron devueltos tras las experticias, y los efectivos regresados a sus funciones o, si acaso, los dejaron a la orden de su comando, pues, como dice la policía.

- Con la guardia hay que conservar un protocolo.

En las callejas del Segundo Plan todos siguen hablando de lo ocurrido. Algunos lo hacen en la casa de Yolimar Centeno, la mamá de las dos hermanas. Dos tías de la niña y la abuela están allí.

- Es que si al menos los guardias se hubieran quedado a dar la cara...

Las paredes de la casa se han quedado semidesnudas. Las fotos de Daniela Patricia fueron removidas, con prudencia, por las tías. Yolimar madre quiere olvidar y procuran ayudarla en su misión.

La mamá de la pequeña camina arrastrando los pasos y se deja caer en una silla, ausente. La madrina de la chica se asoma a la reja, y Yolimar comienza a llorar. Da arcadas, hasta que se abraza a la cintura de su comadre, la madrina de la niña.

- Ay negra, mi Daniela!! Se la llevaron. ¡Esos asesinos mataron a mi niña!

La frase, siempre usada para referirse a la delincuencia, esta vez hablaba de la autoridad.

*Foto: Venancio Alcázares (El Universal)

jueves, 17 de junio de 2010

La muerte tiene su tiempo


Los días se quedaron detenidos en el calendario del cuarto de Ori. La inmensa "X" negra, que cubría cada día en pleno, llegó hasta el 23 de febrero. Esa mañana, cuando se levantó, no tenía en sus planes volver a ver a Giomar, su exnovio. Pero la madrugada siguiente ella y, su mamá, Quimi, fueron abaleadas y quemadas en Parque Caiza por el propio Giomar y seis hombres más. La causa fue el robo de 32 mil dólares que los padres de la chica ahorraban para comprarle un carro.

Los vecinos que salían de Parque Caiza, la mañana del 24 de febrero, vieron en un descampado los dos cuerpos lacerados y quemados. Los que allí estuvieron no olvidan la imagen de aquellas dos mujeres: separadas por unos dos metros de distancia, madre e hija vivieron juntas su muerte. Pero fue Ori quien primero presenció cómo mataron y quemaron a su mamá.

Aquellas muertes, sin embargo, comenzaron unos días antes. Orianna tenía más de seis meses sin saber de Giomar Cartagena. La relación, que estuvo a punto de matrimonio, terminó a finales de 2008: Ori tomó un bolso un día de julio de 2009 y le dijo a su mamá que viajaría al estado Bolívar, para visitar a Giomar en la casa de su abuela. Quimi, que conocía a Giomar y nada le gustaba, no la disuadió. Confiaba en que, como antes, ella acabaría por darse cuenta que no valía la pena.

Ori estuvo unos 15 días en Bolívar. Giomar y ella habían vuelto, pero bastaron 10 días más para que se diera cuenta de que ya no lo quería y, una vez, más rompieron.

Lorena Morey, una de las mejores amigas de Ori, cuenta que en ese episodio ella le comentó:

- El me dijo que había cambiado, pero es el mismo.

Se refería a los constantes desplantes de Giomar, a las horas que la podía dejar esperando por él. En fin, a la “patanería” con la que todos recuerdan que la trataba.

Al poco tiempo de haberse separado, Giomar fue herido al enfrentarse a tiros con la Guardia Nacional en Barquisimeto, en Lara. En esa ocasión fue detenido por secuestro y robo. Una tarde Ori lo llamó para saber si estaba bien, él se negó a atender y puso a su amigo, y compañero de delitos, a que le dijera que no quería saber nada de ella. 50 días más tarde él quedó libre por un tecnicismo legal.

Los meses pasaron y Ori conoció a Francisco, el chico con el que estuvo hasta el día de su muerte. Las familias de ambos estaban satisfechas con la relación, en especial la mamá de Ori. En ese tiempo Quimi se animó a darle a su hija tres cartas que escribió durante los cuatro años que la chica estuvo con Giomar. Allí le contaba lo mucho que lamentaba verla sufrir por el maltrato de él.

Pero el exnovio, siempre reincidente, volvió a aparecer días antes de la muerte de Ori y Quimi.

Según la investigación policial, los registros telefónicos muestran que Giomar llamó a Ori del celular de su mamá.

La policía cree que ingenua, Orianna, le comentó a Giomar que su mamá ya tenía el dinero para comprarle el carro en su cumpleaños.

Giomar conocía los hábitos de la familia, sabía que Quimi era dada a guardar el dinero en efectivo y, en la mayoría de los casos, dólares, pues antes ella le prestó 30 mil Bs.F que él nunca les devolvió.

Douglas Cartagena, el primo de Giomar, y uno de los dos detenidos por la muerte de madre e hija, relató que el 19 de febrero Giomar lo llamó por teléfono, a Ciudad Bolívar, a él y a Luis Molina Cartagena, otro primo, para hacerles una propuesta.

-Tengo una vaina buena.

Cuando se reunieron el 22 de febrero en Caracas, contó Douglas en su declaración, estaban tres hombres más, llegados de Barquisimeto. Se trataba de “los Guaros”, uno de los cuales habría estado preso con Giomar en Uribana. Ellos también fueron invitados a ser parte del falso secuestro. Giomar sacaría a Orianna de su casa con la excusa de despedirse, pues diría que estaba enfermo y por ello se iba a vivir a España.

Los hombres fueron juntos en el día a fijar el lugar dónde iban a interceptar a la pareja: un paraje en la Cota Mil, donde Giomar diría que iba a orinar. Así lo hicieron...

Mientras Giomar y “los Guaros” fueron a casa de Ori en San Bernardino para llevarse a Quimi, los primos Cartagena se quedaron con Oriana a vigilarla.

Los dos debían permanecer en silencio, pues, aunque tenía los ojos vendados, ella les conocía de aquel viaje a Bolívar. El teléfono de Luis sonó y él respondió. Pronto Ori comenzó a comprender…

- Tú eres Luis, el primo de Giomar. ¿Por qué me están haciendo esto?

Orianna gritaba angustiada al darse cuenta de lo que estaba pasando.

Los dos primos se quedaron callados. Cuando el grupo estuvo junto de nuevo, Luis le contó a Giomar lo ocurrido.

- La chama me reconoció.

- Entonces hay que matarlas.

La sentencia de Giomar fue indiscutible. Cuenta Douglas que de nada valió que él objetara la decisión alegando que era apenas la palabra de Ori, y que no los había visto. Giomar concluyó.

- Al que le toca, le toca.

A la mañana siguiente ambas fueron halladas. Según el relato de Douglas el propio Giomar disparó. Luego las rociaron con gasolina y las quemaron para dificultar que las identificaran.

De ese instante han pasado más de tres meses, y la mayoría de la familia y los amigos han vuelto a sus vidas. Aún así, quedan dos cuyo tiempo comenzó a marchar distinto desde ese 23 de febrero.

Francisco, el novio perfecto, va cada domingo al cementerio a llevarle flores a Orianna.

El papá de Ori consume los días. La cuenta que se detuvo para Orianna comenzó para Santi-KO. Hace poco le comentó a una de sus mejores amigas.
- Van 110 días desde que ya no están.

lunes, 31 de mayo de 2010

Cambio de plan por un BlackBerry


Ichazu Ledezma y sus dos hijas se habían acostumbrado a estar solas para todo. Juntas elaboraron el proyecto de irse a vivir a Euskadi, en España. Y, aunque Estefanía, la mayor de las hermanas, era la más animada para mudarse definitivamente de Venezuela, ella no concretaría el plan: murió cuando la atacaron para robarle el BlackBerry.

Eran las 2:00 de la tarde del 15 de mayo cuando, la chica regresaba a su casa, en el edificio Lamare, en la calle 14 de La Urbina. En la mano apenas llevaba una bolsa de pan, su monedero de rallas y el BlackBerry. Su teléfono sonó y ella, poco temerosa, respondió sin preocuparse. Estefanía hablaba mientras unos sujetos en un Volkswagen Gol gris oscuro se pararon a su lado exigiendo el aparato.


Una vecina escuchó un grito, y corrió a la ventana: creyó haber visto a la chica forcejar con uno de los hombres del carro.

En la calle Estefanía entregó el teléfono. Un instante después reaccionó, se echó sobre el capó para impedir que se fueran con el teléfono con el que tenía apenas dos meses.

El chofer del Gol maniobró en zigzag para deshacerse de Estefanía. Al caer al suelo se golpeó la cabeza.

A Ichazu la avisaron que una joven estaba herida en la calle y ella, más temprano, había visto a la hija de la conserje en la entrada del edificio. Estaba nerviosa, al llegar a la Planta Baja vio a la conserje. Ambas, en medio de los nervios, tenían algo que decirse.

- Maribel mataron a tu hija –dijo Ichazu.

- No, fue a la tuya – respondió Maribel.

Los gritos de ambas siguieron hasta la calle. Dos policías de Sucre levantaban a Elizabeth que estaba desparramada en el suelo. Cuando alcanzaron a meterla en la patrulla, Ichazu aclaró que no tenía seguro, en el hospital de El Llanito no tenían tomógrafo… Ya estaba en coma cuando la familia la trasladó a la clínica Ávila. Cinco días después murió sin haber recuperado la conciencia.


En la calle 14 al menos tres personas han sido asesinadas. Los vecinos cuentan cada caso de muerte como la biografía del lugar. Pero a esas historias suman las de la embarazada que la asaltaron con un cuchillo; o la de la conserje que iba con su hija y fue seguida por motorizados que pretendían robarla, pero ella se negó.

Mientras eso ocurría Ichazu fue comprendiendo que esa violencia tarde o temprano las alcanzaría.

A la chica le habían regalado el BlackBerry en su cumpleaños el 5 de marzo pasado. Desde entonces Maribel, la conserje que la vio crecer, le solía advertir que no lo sacara en la calle.

Los asesinos solo se llevaron el teléfono, cambiaron el “sim” del equipo y se dispusieron a usarlo.


La madrugada del jueves 27 la policía llegó a la casa de los asesinos en el barrio Campo Rico, muy cerca de La Urbina.

José Luis Hermoso García, de 20 años, Fernando Antonio Cavas Vázquez, de 28 y dos menores de 16 y 17 años, buscaban, una víctima en La Urbina… Así lo hacían habitualmente. Cuando atacaron a Estefanía ni siquiera estaban armados.


Una menos en el plan

La mamá y la hermana de la chica nunca volvieron al apartamento en el que vivían hacía unos 20 años, la edad de Estefanía.

Desde su muerte Ichazu espera en casa de un tío a que lleguen los primeros días de junio y con ellos el pasaporte español de Vicky. Con él ambas se irán definitivamente a España. Aunque el plan original era mudarse en septiembre, sin Estefanía no tiene sentido esperar.


Vicky, la hermana de Estefanía, tiene 18 años. Cuenta que tenían una relación única: eran las mejores amigas, compartían amigos, compañeros de clases.

- Éramos las hermanas Ledezma contra el mundo.


Ahora sólo siente rabia e impotencia.

Ichazu no quiere hablar. Hace 15 años perdió a su esposo. Sus suegros vivían en Altamira y el papá de las niñas solía ir a pasear en bicicleta por la Cota Mil. Un día bajaba a casa de sus padres y un joven en patineta se atravesó en la vía, cuando trató de maniobrar cayó de la bicicleta y se golpeó la cabeza. Murió de inmediato.

Desde entonces Ichazu y sus hijas se unieron cada vez más. Las tres eran amigas y las chicas se sentían libres de hablar con su mamá de lo que fuera.

A sus 20 años Estefanía esperaba poder hacer en España lo que más le gustaba. Pensaba en ser modelo, en diseñar ropa o ser actriz. Sentía que allá sus posibilidades eran ilimitadas…

miércoles, 19 de mayo de 2010

Osamentas sin destino


El muerto será su esclavo. La luz de la luna iluminaba las cuatro figuras a su alrededor. Era más de media noche y allí permanecerían, quizás hasta el amanecer. En el frenesí de la ceremonia nadie imaginó lo que vendría... Los policías llegaron de pronto, bajaron las estrechas escaleras hasta alcanzarlos en el pequeño patio repleto de basura donde se hacía el ritual. Todo quedó interrumpido.

José y Andrés Rodríguez Trujillo son babalaos y paleros, Daniela Francia Espinoza está en su año de giabó, en el que permanecerá vestida de blanco; a ellos los acompaña un chico de unos 17 años, cuñado de uno de los hermanos. Todos practican la fe yoruba.

Pero los funcionarios que llegaron a la casa 133 en el callejón Las Mercedes de La Pastora no vieron la actividad del grupo como un acto de fe, sino como una violación a la libertad de culto: los huesos que rodeaban eran una osamenta de una tumba profanada en el Cementerio General del Sur. Aquella madrugada del 4 de febrero la policía no sabía que no se trataba de los restos de una sola persona.

Esos huesos no son los únicos que han entrado a la casa de aspecto colonial. No eran los primeros, ni serían los últimos.

La casa 133 luce un aspecto benévolo y, sin embargo, al cruzar la puerta todo cambia. La entrada es resguardada por unas 12 figuras negras y esbeltas, algunas de madera, acompañadas de restos de comida: ofrendas dadas a los dioses. Más allá una estatua de Santa Bárbara de tamaño natural mira de frente a quienes alcanzan la estancia. En el suelo se dibuja un camino de velas blancas que atraviesan la casa.

Un recorrido con cruces en recovecos inimaginados lleva a unas escaleras que van a dar al pequeño patio de los rituales.

Para “Rayar en palo” -convertir a un muerto en esclavo- hay que permanecer a la luz de la luna. Por eso aquella noche estaban allí y no en el pequeño cuarto junto al patio.

En los estantes de esa habitación están hermanados las cortes india, negra, la vikinga, con el malandro Ismaelito y los dioses de la fe yoruba; el ánima del Taguapire con el doctor José Gregorio Hernández. La reina María Lionza comparte la repisa con una virgencita que, quizás, fue el recuerdo de algún bautizo al que invitaron a alguien de la familia y, a falta de un mejor lugar, fue a dar al estante de la santería.

Junto a ese cuarto las artes claras de la tradición venezolana se van oscureciendo. La otra habitación tiene un pentagrama en el piso y en la pared extraños jeroglíficos están pintados con graffiti negro.

De todo eso se cansó el vecino que, esa noche, le avisó a la policía que allí se estaba haciendo un ritual con un muerto.

La mañana siguiente el comisario Albis Pinto, subdirector de la policía científica, admitía que no le gustaban las energías que había en el lugar. Una reportera embarazada también se sentía agobiada por el ambiente.

- Yo puedo ver cualquier muerto, pero a esa casa no entro.

La sentencia era compartida. Los propios policías no se sentían muy cómodos allí, aún así debían hacer en levantamiento.

Sobre el piso de cemento del patio la osamenta había sido dispuesta en el orden del cuerpo. Faltaban pies y manos y la pelvis. Por lo demás era un cuerpo huma
no.

El comisario dijo que hasta febrero habían recibido unas 20 denuncias de profanaciones. Una red en el cementerio se ocupaba de facilitar a paleros como José y Andrés los restos de los cuerpos. Se hablaba entonces de unos cinco hombres.

Pero las profanaciones ocurren cada semana, o al menos eso aseguran los familiares de quienes allí están enterrados.

Lo confirman, además, otros miembros de la cultura yoruba.

Mariela dice que en Caracas hay entre 400 y 500 paleros y todos ellos necesitan los restos, así que la red del cementerio sirve para facilitar esas partes.

- Se puede pedir una cabeza, pero incluso uñas y pelos sirven.

El pacto con el muerto incluye que éste acepte el trato. En una ceremonia “la entidad” dirá si quiere servir a la persona: si acepta, hará todo lo que el palero le pida - incluyendo atormentar o matar- sino el hueso no puede ser usado y pasará a formar parte de rituales futuros. Lo siguiente será ir en busca de nuevos huesos.

La madrugada de febrero aquel cuerpo fue armado con huesos que se compraron a la red en el cementerio, los demás eran de aquellos que se “negaron” en otras ceremonias.
La policía prometió que a los restos se les harían análisis para tratar de devolverlos a su tumba…

Dos días después de su detención los paleros fueron puestos en libertad. Habrían de culminar el ritual con nuevos huesos.

En las caminerías del Cementerio General del Sur, entre las estatuas de ángeles con rostros apacibles y los Corazones de Jesús que vigilan el descanso de los difuntos, se ven los ataúdes abiertos. Uno, o varios de ellos, quizás albergaron a los muertos cuyos restos ahora son los protagonistas en ceremonias de paleros.

Pero el cuerpo que usaron aquella madrugada de febrero tiene otra caja por destino. También bajo tierra.

Abajo, en el sótano de la morgue de Bello Monte, en el departamento de antropología forense, reposan los huesos de la ceremonia. Allí comparten con fragmentos de cuerpos que vienen y van de distintos lugares del país. A tres meses de haber sido recuperados, aún el antropólogo está haciendo comparaciones para determinar el sexo y la edad. Lo más difícil es precisar cuánto de la osamenta pertenece a una misma persona, y, si acaso, había también partes de animales. Pero, además de desentrañar la identificación, faltaría un familiar con quien comparar el ADN de la osamenta, y qué familiar buscaría en la morgue los restos de una persona que ya fue enterrada.

El dueño, o los dueños, del cuerpo armado a retazos acabaron en nada. El alma que buscaban los yorubas no pudo prestar sus “servicios”, y tampoco podrá volver al descanso de su tumba ya abierta. Entre tantos huesos perdidos, recorrer la senda de vuelta al cementerio –al amparo de las flores de algún familiar que lo recuerde de cuando en cuando– es un camino truncado, aún más para un espíritu que fue separado de sus huesos.

Foto Fernando Sánchez/El Universal