miércoles, 19 de mayo de 2010

Osamentas sin destino


El muerto será su esclavo. La luz de la luna iluminaba las cuatro figuras a su alrededor. Era más de media noche y allí permanecerían, quizás hasta el amanecer. En el frenesí de la ceremonia nadie imaginó lo que vendría... Los policías llegaron de pronto, bajaron las estrechas escaleras hasta alcanzarlos en el pequeño patio repleto de basura donde se hacía el ritual. Todo quedó interrumpido.

José y Andrés Rodríguez Trujillo son babalaos y paleros, Daniela Francia Espinoza está en su año de giabó, en el que permanecerá vestida de blanco; a ellos los acompaña un chico de unos 17 años, cuñado de uno de los hermanos. Todos practican la fe yoruba.

Pero los funcionarios que llegaron a la casa 133 en el callejón Las Mercedes de La Pastora no vieron la actividad del grupo como un acto de fe, sino como una violación a la libertad de culto: los huesos que rodeaban eran una osamenta de una tumba profanada en el Cementerio General del Sur. Aquella madrugada del 4 de febrero la policía no sabía que no se trataba de los restos de una sola persona.

Esos huesos no son los únicos que han entrado a la casa de aspecto colonial. No eran los primeros, ni serían los últimos.

La casa 133 luce un aspecto benévolo y, sin embargo, al cruzar la puerta todo cambia. La entrada es resguardada por unas 12 figuras negras y esbeltas, algunas de madera, acompañadas de restos de comida: ofrendas dadas a los dioses. Más allá una estatua de Santa Bárbara de tamaño natural mira de frente a quienes alcanzan la estancia. En el suelo se dibuja un camino de velas blancas que atraviesan la casa.

Un recorrido con cruces en recovecos inimaginados lleva a unas escaleras que van a dar al pequeño patio de los rituales.

Para “Rayar en palo” -convertir a un muerto en esclavo- hay que permanecer a la luz de la luna. Por eso aquella noche estaban allí y no en el pequeño cuarto junto al patio.

En los estantes de esa habitación están hermanados las cortes india, negra, la vikinga, con el malandro Ismaelito y los dioses de la fe yoruba; el ánima del Taguapire con el doctor José Gregorio Hernández. La reina María Lionza comparte la repisa con una virgencita que, quizás, fue el recuerdo de algún bautizo al que invitaron a alguien de la familia y, a falta de un mejor lugar, fue a dar al estante de la santería.

Junto a ese cuarto las artes claras de la tradición venezolana se van oscureciendo. La otra habitación tiene un pentagrama en el piso y en la pared extraños jeroglíficos están pintados con graffiti negro.

De todo eso se cansó el vecino que, esa noche, le avisó a la policía que allí se estaba haciendo un ritual con un muerto.

La mañana siguiente el comisario Albis Pinto, subdirector de la policía científica, admitía que no le gustaban las energías que había en el lugar. Una reportera embarazada también se sentía agobiada por el ambiente.

- Yo puedo ver cualquier muerto, pero a esa casa no entro.

La sentencia era compartida. Los propios policías no se sentían muy cómodos allí, aún así debían hacer en levantamiento.

Sobre el piso de cemento del patio la osamenta había sido dispuesta en el orden del cuerpo. Faltaban pies y manos y la pelvis. Por lo demás era un cuerpo huma
no.

El comisario dijo que hasta febrero habían recibido unas 20 denuncias de profanaciones. Una red en el cementerio se ocupaba de facilitar a paleros como José y Andrés los restos de los cuerpos. Se hablaba entonces de unos cinco hombres.

Pero las profanaciones ocurren cada semana, o al menos eso aseguran los familiares de quienes allí están enterrados.

Lo confirman, además, otros miembros de la cultura yoruba.

Mariela dice que en Caracas hay entre 400 y 500 paleros y todos ellos necesitan los restos, así que la red del cementerio sirve para facilitar esas partes.

- Se puede pedir una cabeza, pero incluso uñas y pelos sirven.

El pacto con el muerto incluye que éste acepte el trato. En una ceremonia “la entidad” dirá si quiere servir a la persona: si acepta, hará todo lo que el palero le pida - incluyendo atormentar o matar- sino el hueso no puede ser usado y pasará a formar parte de rituales futuros. Lo siguiente será ir en busca de nuevos huesos.

La madrugada de febrero aquel cuerpo fue armado con huesos que se compraron a la red en el cementerio, los demás eran de aquellos que se “negaron” en otras ceremonias.
La policía prometió que a los restos se les harían análisis para tratar de devolverlos a su tumba…

Dos días después de su detención los paleros fueron puestos en libertad. Habrían de culminar el ritual con nuevos huesos.

En las caminerías del Cementerio General del Sur, entre las estatuas de ángeles con rostros apacibles y los Corazones de Jesús que vigilan el descanso de los difuntos, se ven los ataúdes abiertos. Uno, o varios de ellos, quizás albergaron a los muertos cuyos restos ahora son los protagonistas en ceremonias de paleros.

Pero el cuerpo que usaron aquella madrugada de febrero tiene otra caja por destino. También bajo tierra.

Abajo, en el sótano de la morgue de Bello Monte, en el departamento de antropología forense, reposan los huesos de la ceremonia. Allí comparten con fragmentos de cuerpos que vienen y van de distintos lugares del país. A tres meses de haber sido recuperados, aún el antropólogo está haciendo comparaciones para determinar el sexo y la edad. Lo más difícil es precisar cuánto de la osamenta pertenece a una misma persona, y, si acaso, había también partes de animales. Pero, además de desentrañar la identificación, faltaría un familiar con quien comparar el ADN de la osamenta, y qué familiar buscaría en la morgue los restos de una persona que ya fue enterrada.

El dueño, o los dueños, del cuerpo armado a retazos acabaron en nada. El alma que buscaban los yorubas no pudo prestar sus “servicios”, y tampoco podrá volver al descanso de su tumba ya abierta. Entre tantos huesos perdidos, recorrer la senda de vuelta al cementerio –al amparo de las flores de algún familiar que lo recuerde de cuando en cuando– es un camino truncado, aún más para un espíritu que fue separado de sus huesos.

Foto Fernando Sánchez/El Universal

3 comentarios:

  1. Señorita periodista se le agradece investigar antes de publicar información falsa. Debería comprender ante todo qué es la palería y la santería.

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  2. Estimado lector. Esta información fue consultada con gente que es parte de la cultura Yoruba y con personas que están al tanto de lo que ocurría la noche del 4 de febrero en La Pastora, y, desde luego, con familiares de personas cuyas tumbas fueron profanadas en el Cementerio General del Sur. Entiendo que pueda estar sensibilizado con el tema y por tanto no coincida con lo que se expresa en este relato.
    Agradecida por su comentario

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  3. Me gustó mucho. Lograste captar en su profunda y a veces dantesca dimensión, el arraigo que en los últimos años creencias y supersticiones que vienen de lejanas latitudes (en Nigeria creo que está el origen de la religión Yoruba), han ido permeando y tropicalizandose en el Caribe e impregnando fuertemente sectores de nuestro país.

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