miércoles, 14 de abril de 2010

Anthony no se podía “desplazar”


Estaba recostado sobre la moto. La luz de un bombillo colgante en una casa cercana, le alumbraba el perfil marcando las líneas de la cara cuadrada y varonil. Anthony escuchó el ruido de otra moto. Los que dispararon eran dos: casi niños y residentes de Píritu, pero la diferencia es que ellos son de los que deciden quién se “desplaza”.

Pero en el barrio nada de lo que se presencia se cuenta a la policía. El miedo a que los asesinos vengan por ellos acompaña a los testigos que lo que pudo haber pasado la madrugada del domingo 11 de abril. El temor los ayuda con el silencio. Así que Viney, la mamá de Anthony, tendrá que imaginarse lo que ocurrió apenas por los chismes que corren en el barrio.

La calle principal de Píritu es un sinuoso camino que baja y sigue bajando. Uno más de los 1.600 barrios que integran Petare con sus casas de bloque y su gente cálida.
Tras las casuchas, quizás entre las bodegas con rejas que venden helados de coco en vasito, está la violencia de la que son parte, esa que pareciera vivir en el asfalto y que también se cuela por el portón del colegio hasta llegar a los pupitres a cuya patas de metal se trepa, corriendo para alcanzar a los estudiantes.

Pero Petare es el reino de una violencia rudimentaria, más propia de lo que uno podría haber visto en los inicios de la humanidad, que en una capital del siglo XXI. Allí la vida se resume en quien se puede “desplazar” y quien no. Caminar de una zona a otra en el barrio depende de la libertad que quieran permitirte los que se sienten dueños de esos territorios.
La mamá de Anthony no sabe quien lo mató, pero sabe que él era el “popular”, atractivo para las mujeres y agradable para todos en el trato. Pero en un barrio eso, sino va acompañado de una pistola, la mayoría de las veces es una sentencia de muerte.

La madrugada que lo mataron Anthony tenía cruzado sobre su pecho un bolso de cuero, su aspecto a la moda le sumaban a la animadversión que generaba ser el chico popular.

-Mi hijo era muy querido. Sobre todo por las muchachas.

En la voz de Viney hay orgullo. Él era su “galán” su “príncipe”, pero sobre todo su promesa.

- Yo hice milagros para que estudiara, no fue fácil. Se graduó de bachiller el año pasado en Chacao en un colegio privado.

Pero en un barrio como Píritu terminar la secundaria es equivalente a haber salido adelante. Así que cuando terminó le dijo a su mamá

- Viste que sí pude, ya no tienes de qué preocuparte.

Pero a Anthony se le interpuso el buen carácter.
Su simpatía, el tratar a todos sin problemas, había alterado el orden natural del barrio.

La zona en que le dispararon no era su lugar habitual. Había ido por allí acortando camino para llegar a su casa y allí lo consiguieron, quizás, no les gusto verlo, pues no era de los lugares por los que podía pasar con libertad.

Viney contrae los labios al pensar en su hijo muerto. Tiene los brazos cruzados sobre el pecho, quizás allí le duele lo ocurrido. Ahora le queda un niño de cinco años al que quiere mantener lejos de las canchas deportivas, porque, para ella, en los barrios sirven apenas para hacer tiro al blanco y negociar droga. Ella prefiere las actividades culturales.

- Como la música.

Dice, y la idea optimista la hace sonreír. Su niño grande no llegó a tocar ningún instrumento, quizás ahora ella intente que el pequeño lo haga. Falta ver si al crecer los líderes de turno del barrio lo dejan “desplazarse” o si acaso, el escoja ser quien, al amparo de un arma, decide a dónde va.

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